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MARRAKECH O LA CIUDAD «DEL HOMBRE QUE SABÍA DEMASIADO»

Cuando fuimos de viaje a Marrakech no era ni la primera vez que pisábamos África, ni la primera vez que visitábamos un país de cultura musulmana. No obstante, la primera sensación que tuvimos al recorrer su Medina (Patrimonio Mundial) es la de llegar a un lugar salido del libro «Las mil y una noches».

Y como grandes cinéfilos que somos, desde que vimos el remake que hizo Alfred Hitchcock en 1956 de su propia película «The Man Who Knew Too Much«, viajar a Marrakech era de obligado cumplimiento alguna vez en la vida.

Aunque ya han pasado años de ese viaje, los últimos acontecimientos que ha vivido la ciudad nos obligan a echar la vista atrás y recopilar algunos recuerdos en ese nuestro particular «Hommage à Marrakech».

Marrakech
Es difícil elegir una fotografía que represente la esencia de Marrakech sin caer en la imagen tópica. De ahí que hayamos unido en ésta tres de sus riquezas: el patrimonio, la vegetación y las personas

Marrakech: primeras impresiones

Si te decides a viajar hacia allá, te recomendamos que no lo hagas con ninguna imagen o idea preconcebida. Seguro que ayudará a decepcionarte. Ves sin esperar nada, y te robará el corazón.

Tal y como la describió John Gunther en su obra «Inside Africa»: «Fez is Europe but closed; Marrakech is Africa but open. Fez is black, white and grey; Marrakech is red»… Quizás estas frases te servirán para ponerte en antecedentes, pero sin más.

Un paseo por la ciudad «roja»

Marrakech es una ciudad para pasear. Para perderte por su laberíntico trazado, especialmente dentro de las callejuelas del interior de la muralla. De hecho, tenemos que reconocer que es una ciudad que se nos resistió en nuestra capacidad de saber orientarnos.

El nombre de Marrakech está formado por dos palabras diferentes: “Marra” que significa “pasa”, y “kech” que en lenguaje bereber significa “rápido”. Dicen que es algo que tiene mucho que ver con la leyenda que va unida a la ciudad como punto de paso de caravanas desde y hacia el desierto del Sáhara. Inicialmente se fundó como un campamento militar (Abu Bekr en 1070), pero posteriormente se apostó por transformar ese oasis en la capital del futuro imperio almorávide. Los europeos se inspiraron en la palabra Marrakech para darle nombre a todo el país: Marruecos.

La ciudad también se conoce con el nombre de “Al-Bahya”, que significa “alegra el corazón”, y lleva el apodo de «ciudad roja” por sus muros y sus fachadas de color rojizo, especialmente impresionantes cal intensificar su color cuando los ilumina el sol. También nos han explicado que algunos la apodan como la “ciudad de los cuatro colores. Por el color rojo de la tierra y de sus edificios; por el color verde de sus palmeras y vegetación; por el color blanco de las cumbres nevadas de la el rojo de los edificios y la tierra, el verde de las palmeras, el blanco de las cumbres nevadas del Atlas; y por el color azul intenso del cielo despejado que la cubre.

Djema’a el Fna o el corazón de la medina de Marrakech

No sabemos muy bien cómo escribir el nombre de la plaza que hay en el corazón de Marrakech. Hemos optado por Djema’a el Fna. Aunque también se puede encontrar como Yamaa el Fna, Jemaa el Fna, Jamaa el Fna y Yâmi’ al-fanà, que suponemos es la transcripción fonética de cómo se pronuncia en la lengua vernácula.

Pues bien, Djema’a el Fna está situada en el corazón de Marrakech y divide la Medina en dos mitades. Suelen decir que es la plaza más famosa de todo el continente africano, y la suelen describir como «un mar agitado de humanidad». Aunque es uno de los lugares en donde encontrarás más turistas por metro cuadrado, no ha perdido para nada el carácter marroquí, al menos cuando nosotros la visitamos.

Marrakech
«Un mar agitado de humanidad»

Un detalle que hemos consultado en Wikipedia es el significado de su nombre, que es «asamblea de la aniquilación». Un concepto un tanto macabro ya que allí es donde antiguamente ajusticiaban a los condenados, y donde se exhibían sus cabezas seccionadas alrededor de la plaza, como si de una asamblea se tratase. ¿Cierto o leyenda? De ahí que también se relacione la palabra «yâmi» (aljama) con el lugar en donde se encontraba la mezquita principal de la ciudad que fue destruída.

En nuestro caso no fuimos de los que se mezclan con la actividad de la plaza, pero si que puedo decir que la observamos detenidamente desde la barrera, ya que las atracciones para turistas que tienen montadas no se hacen demasiado con nuestra manera de ser. Ni monos, ni serpientes, ni tatuajes de henna, ni comida en los puestos que llenan el centro de la plaza.

Optamos por disfrutar de un excelente almuerzo marroquí desde uno de los restaurantes que la rodean, y desde cuya terraza se podía disfrutar de una magníficas panorámicas de la plaza y algo más allá. Una buena recomendación para disfrutar del «hipnótico espectáculo» desde las alturas.

Por los zocos, hacia la madrasa Ben Yusef

La verdad es que durante los días que pasamos en Marrakech paseamos largo y tendido por sus zocos, que están considerados los más llamativos de todo Marruecos: Kchacha, Joutia Zrabi, Serrajine, Smata, Attarine, Kimakhine…, dedicados a la venta de artículos textiles, de cuero y hierro forjado… Un entramado de callejuelas que nos ayudan a viajar en el tiempo para imaginarnos cómo debían ser los antiguos gremios medievales, a pesar de que ya quedan pocos artesanos y muchos bazares de «baratillo», pero que guardan su encanto… A excepción de la parte del mercado de abastos -por el que pasamos en varias ocasiones-, y que realmente no nos gustó demasiado.

Para no perderte, dicen que lo mejor es no abandonar la artería principal de los zocos. Pero, evidentemente, ¿qué sería una visita a los zocos de Marrakech sin perderte? ¡Volver a ubicarte o adivinar en dónde estás forma parte del paseo!

La place des Épices, también llamada place Rahba Kdima, está repleta de puestos de especias y hierbas medicinales, además de una buena colección de artículos de mimbre. Muy recomendable tomarte un té de menta acompañado de unas delicias marroquíes de miel en la terraza del encantador Café des Épices, desde donde podrás disfrutar de unas magníficas vistas sobre la plaza y apreciar la actividad comercial que allí se desarrolla.

[Nota: El tema de visitar las tenerías, como diría un inglés «is up to you». En nuestro caso fue un fiasco al que no vamos a dedicarle espacio en el artículo]

La Madrasa Ben Yusef

Siguiendo el paseo por el laberinto de callejones llegarás hasta la Madrasa Ben Yusef y al museo de Marrakech, dos imperdibles de la ciudad.

La madrasa data del siglo XVI, y llegó a ser la más grande y espléndida de Marruecos. De hecho, la simplicidad de su fachada no te descubrirá la impresionante ornamentación del edificio, con bajorrelieves de estuco, madera de cedro y mosaicos de azulejos, hasta que no accedas a su interior. Algo que vale mucho la pena.

Marrakech
Vista del patio central de la madrasa desde la galería de las celdas de los estudiantes

El edificio está construido alrededor de un patio central, rodeado de celdas que ocupaban los profesores y los estudiantes. Solamente hay dos amuebladas, con el objetivo de recrear como vivía un estudiante con recursos económicos, y otro de origen humilde.

El museo de Marrakech

Junto a la madrasa está el museo de Marrakech, que ocupa el antiguo palacio Mnebbi, construido en el siglo XIX, y que sigue el estilo y la estructura de una casa marroquí tradicional de la aristocracia.

Los magníficos alicatados, el mármol de los surtidores y el artesonado de madera ya son razón suficiente para una visita.

De paseo por el sur de la Medina: la Kasbah y la Mellah

Como hemos comentado, la Medina de Marrakech está dividida en dos partes por la plaza Djema’a el Fna. Si la parte norte está repleta de zocos, en la parte sur es donde se encuentra la mayor parte de antiguos edificios y palacios obra de sultanes y aristócratas, así como el propio palacio real de Marrakech, residencia del actual monarca en la ciudad. De ahí que la zona se conozca como Kasbah, por su tradicional carácter de zona fortificada.

Allí, un tanto al este de la zona, está la Mellah, el típico barrio judío de las ciudades marroquíes, en donde podrás visitar la sinagoga y el cementerio judío.

Por cierto, haciendo memoria y volviendo a nuestra pasión cinéfila, de camino hacia allí puedes pasar por el restaurante Dar Essalam y vivir en primera persona la misma experiencia que tuvieron James Stewart y Doris Day durante su comida en el salón K’dim del restaurante. Aunque si no estás para «turistadas», simplemente date una vuelta por su interior, donde recuerdo que pudimos entrar sin problema.

Palacio El Badi y las Tumbas Saadíes

Como al actual palacio real no te podrás ni acercar (¡ojo con hacer alguna foto!), lo mejor es que te dediques a visitar los restos de aquellos palacios de la zona que alguna vez fueron importantes. Es el caso del Palacio El Badi.

A pesar de su precario estado, todavía conserva un regusto a imponente fortaleza. Y si eres fan de las aves, en sus muros podrás observar multitud de nidos de cigüeñas, cuyas idas y venidas es «el espectáculo» en mayúsculas que te aguarda la visita.

Vistas sobre los muros que se conservan del palacio El Badi

Respecto a las tumbas Saadíes, es otro de esos lugares de Marrakech que te van a impresionar. Especialmente por la iluminación, los mármoles y los azulejos que recubren las paredes. Algo, que como ya hemos comentado, es algo habitual en muchos de los edificios emblemáticos de Marrakech.

El recorrido por las diferentes salas de los dos mausoleos, en donde prima el mármol blanco de Carrara, la madera de cedro policromada y las múltiples decoraciones grabadas en el estuco de las paredes, te van a hacer sentir en medio de un cuento de las mil y una noches. ¡Lástima que las fotografías que tomamos del lugar no hagan honor a tanta belleza!

El palacio de la Bahía

El Palacio de Bahía es otro de los imperdibles de la parte sur de la Medina. En bereber la palabra «Bāhiya» significa «brillante», un adjetivo del que queda constancia al recorrer el edificio, y la impresionante extensión de jardines que lo rodean.

Según nos explicaron, se construyó con la finalidad de ser el palacio más grande de todos los tiempos. Y si no lo consiguió, al menos triunfó en brillantez y belleza, especialmente por los trabajos artesanales que lo decoran, mostrando la esencia tanto del estilo islámico, como del estilo marroquí.

Detalle de los dibujos de uno de los artesonados policromados del palacio

La Mellah

Y para completar el paseo, en nuestro caso no dejamos de acercarnos hasta la sinagoga más antigua de la ciudad, Salat al Azama, y que fue construida en 1492 cuando los Megorashim llegaron al norte de África, expulsados de la Península Ibérica. Una diminuta puerta de acceso -difícil de distinguir- da paso a un encantador patio revestido con mosaicos esmaltados blancos y azules.

Y visitada la sinagoga, también puedes acercarte hasta el Miâara, el cementerio judío en donde destaca el color blanco y luminoso de las tumbas.

Guéliz y el Jardín Majorelle

Fuera de las murallas de la Medina te encuentras con la ciudad nueva. Un lugar que se conoce con el nombre de Guéliz, y que te va a recordar cualquier ciudad europea, ya que se creó durante el tiempo del protectorado francés. Ahí es donde Marrakech ya no es tan Marrakech, aunque las banderas marroquíes que adornan las farolas de las avenidas y el nombre de la avenida principal -Boulevard Mohammed V- te indican que estás en Marruecos.

El Jardín Majorelle

Uno de los lugares más visitados de esa parte de la ciudad es el Jardín Majorelle, un jardín repleto de árboles y plantas variadas que algunos identifican con el Jardín del Edén. Un lugar en donde destaca la intensidad y la variedad de colores que decoran el lugar. Especialmente destacable el color azul cobalto, inspirado en el color que se suele usar para pintar las fachadas de los pueblos del Atlas.

El jardín lleva el nombre de su creador, el pintor francés Jacques Majorelle, aunque posteriormente pasó a ser propiedad del modista Yves Saint-Laurent y de su socio Pierre Bergé, que se encargaron de su restauración.

Marrakech
Estudio Art Decó de Jacques Majorelle

En los jardines hay un memorial dedicado al modista francés, muy unido con la ciudad de Marrakech. [Nota: En 2017 se inauguró un museo dedicado al modista, aunque no existía cuando hicimos este viaje a Marrakech]

Los jardines de la Ménara

Haciendo memoria de los días que pasamos en Marrakech, toca irnos hacia los jardines de la Ménara. Un paseo que te recomiendan que hagas en una calesa tirada por caballos, pero que nosotros optamos por hacerlo caminando.

Situado a las puertas de la ciudad, al que se puede acceder por una amplia avenida desde la muralla, es un impresionante espacio donde destaca el monumental embalse -reserva de agua de la ciudad-, que data del siglo XII.

Marrakech
Embalse de la Ménara, aunque sin poder captar las cumbres del Atlas de fondo

El lugar es al que acuden muchas familias de Marrakech para disfrutar del relativo frescor que ofrece el lugar. Su espacio abierto y amplio contrasta con el agobio de las callejuelas de la Medina. Además, dicen que es ideal para aprovechar la brisa fresca que sopla desde la montaña.

Una imagen que seguro te impactará es la del pabellón central junto al embalse, enmarcado por las cumbres del Atlas (si es que el tiempo te lo permite). Afirmarás que ya la habías visto en una postal.

Tras la visita, puedes imitar a Winston Churchill y desandar el camino junto al Olivar de Bab Jdid, para acercarte hasta uno de los hoteles más míticos de Marrakech, la Mamounia. Allí podrás sentarte a tomar un té o una copa en el piano bar que lleva el nombre del político británico… si es que no tienes la suerte de poder hospedarte allí.

Una larga muralla, con muchas puertas de acceso

Una de las ideas que teníamos fue la de rodear toda la muralla paseando, cosa que acabamos descartando cuando vimos que se trataba de caminar un contorno de 16 km. Una opción que nos propusieron era hacerlo en calesa, pero como no va con nuestra manera de viajar, tuvimos que conformarnos con visitar algunos tramos.

Una muralla defensiva que se ha convertido en una encantadora obra de arte

La muralla de Marrakeck cuenta con diecinueve puertas de acceso, y tiene una altura de entre 8 y 10 metros. Y en algunos tramos llega a tener un grosor de hasta 2 metros. Fue construida en el siglo XII para proteger la Medina y, a pesar del paso de los siglos, es una de las mejor conservadas de todo Marruecos, y otro de los imperdibles de la ciudad.

De todas las puertas, la de Bab Agnaou es la más espectacular. A pesar de cumplir con su función de punto de acceso, la riqueza con la que se decoró la convirtió en un atractivo de la ciudad con entidad propia. Por lo que bien se merece una visita. ¿Tú qué crees?

La puerta de Bab Agnaou está situada al suroeste de la Medina. Era la puerta principal de acceso a la Kasbah

Y hasta aquí nuestra rápido y particular «Hommage à Marrakech», en base a una recopilación rápida de recuerdos de cuando la visitamos…

Y antes de finalizar el artículo, os dejamos con una recopilación de curiosidades que nunca está de más conocer sobre geografía y cultura marroquí.

Algunas curiosidades

Geografía | Magreb y Mashreq

Magreb y Mashreq son dos términos que se utilizan para dividir geográficamente en dos zonas a los países musulmanes del Norte de África y de Oriente Medio. En base al significado de ambos nombres podemos deducir dónde se encuentra cada una de ellas.

El Magreb o al-Maghrib significa “el lugar por donde se pone el sol” o “lo que está en occidente”, el Mashreq o al-Masriq significa “el oriente” o “el lugar por donde sale el sol”. Esa división geográfica también es, en buena manera, cultural, por lo que sus tradiciones y la etiqueta pueden variar entre una zona y la otra.

Política | El reino de Marruecos

Llamado oficialmente al-Mamlakah al-Maghribiyah (en árabe) que significa «el reino del oeste», o Tageldit n Umerruk (en bereber), es un estado situado en el extremo nord occidental de África, bañado por las aguas del mar Mediterráneo y el océano Atlántico. La capital administrativa es Rabat, y su capital económica es Casablanca.

El idioma oficial es el árabe, pero también se habla francés, especialmente en el mundo de los negocios y de la diplomacia, además de diferentes dialectos bereberes en el ámbito familiar y coloquial.

Etiqueta | El caftán y la takchita

El caftán, término que procede del persa y que introdujeron los árabes en los países del norte de África, es una túnica de algodón o de seda con mangas, abotonada por delante y que se ajusta con una faja a la altura de la cintura. Originalmente fue una prenda masculina que vestían los sultanes otomanos.

Otra prenda parecida, aunque no igual, es la takchita, que está compuesta por dos piezas, un vestido poco ornamentado como primera capa, y un sobrevestido ricamente decorado con bordados y abalorios. Como muchas tradiciones gastronómicas y de etiqueta marroquí, la takchita es de origen bereber (cultura autóctona del norte de África), y se suele utilizar especialmente en las bodas.

Gastronomía | La cocina marroquí

Y que mejor manera de acabar que hablando de cocina marroquí, a través del enlace a un artículo específico sobre gastronomía del país | Gastronomía de Marruecos |, y del enlace al libro de recetas de una de sus más famosas cocineras | Cocina Marroquí |.

Para saber más:
Visita Marrakech
Protocolo marroquí

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México, Marruecos y Barcelona en la Casa Muley Afid

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