El Palacio Real de Pedralbes, como su mismo adjetivo nos indica, fue una de las residencias que la familía real española utilizó entre los años 1919 y 1931 durante sus visitas a Barcelona, y desde ese mismo año está calificada como “bien de interés cultural”. Los orígenes del terreno que ocupa van mucho más atrás, y nos conducen a tener que hablar de una de las familias con uno de los apellidos ilustres en la historia de la ciudad: el de los Güell, estirpe que inició Joan Güell i Ferrer y continuó su hijo, Eusebi Güell i Bacigalupi, primer conde de Güell. Desde 2004, el Palacio es propiedad de la Generalitat de Catalunya y acoge el secretariado de la Unión por el Mediterráneo, lo que explica el alineado de banderas que solemos ver frente al muro principal en la avenida Diagonal.



Asimismo es un lugar que también se utiliza para celebraciones protocolarias de las administraciones públicas, o de aquellas entidades que tienen la suficiente influencia para conseguir la cesión de uno de sus espacios. Pero viajemos en el tiempo hasta el siglo XVII, y trasladémonos a un pequeño núcleo agrícola y campesino situado a las afueras de la Barcelona, concretamente a Les Corts de Sarrià. Allí es donde estaba la masía Can Feliu, origen del espacio en el que ahora nos encontramos.


En el siglo XIX la familia Güell, que vivía como la mayoría de los burgueses de su época junto a la Rambla de Barcelona, decidió construirse una finca de veraneo en las proximidades de la ciudad, eligiendo para ello les Corts de Sarrià, uno de los antiguos municipos que conformaban el Pla de Barcelona, donde adquirieron tres fincas. La Torre Baldiró, Can Cuyás de la Riera y la masía Can Feliu, que juntas sumaron una extensión de 30.000 metros cuadrados, y encargaron al arquitecto Joan Martorell la reestructuración de los espacios. Parece ser que Martorell construyó un palacete de aspecto caribeño con frondosos jardines que delimitó con un muro exterior, cuyo diseño y construcción encargó a uno de sus discípulos, el joven Antoni Gaudí. En la actualidad, de ese muro exterior únicamente se conservan tres de las puertas de acceso a la finca. Como ya comenté en el post anterior sobre el paseo por los jardines del palacio, Gaudí también se encargó del diseño de la fuente de Hércules y de la pérgola-umbrario.
Una anécdota que no podemos dejar de mencionar y que me ha llamado la atención, ya que “poderoso caballero es Don Dinero”, es que de la puerta principal partía un camino particular (actualmente la calle Manuel Girona hasta la Torre Gironella) que enlazaba con la carretera que Ildefonso Cerdà trazó para unir Sarrià con Barcelona y que cruzaba el Eixample de este a oeste. De esta manera la familia Güell podía trasladarse por un camino casi directo desde su residencia en Barcelona (primero en la Rambla de los Capuchinos y posteriormente en el Palau Güell del carrer Nou) hasta su finca de verano, recorriendo la Rambla hasta enlazar con la carretera de Sarrià y, una vez en el término municipal de les Corts de Sarrià, siguiendo por el camino particular de la finca. Esa puerta es la que hoy en día da acceso a los Pabellones Güell.


El conjunto está formado por la casa del portero (masover) y un edificio compuesto por una zona de cuadras para caballos y un picadero. Si nos fijamos en la decoración de las fachadas nos recordarán el arte mudéjar, ya que en su decoración se utilizó el estilo oriental. Lo más destacable, y a la vez más característico, es la puerta de hierro forjado con la figura de un dragón con alas de murciélago, la boca abierta y el cuerpo recubierto de escamas. Representa a Ladón, el guardián del jardín de las Hespérides que tras ser vencido por Hércules se convirtió en la constelación de la serpiente como castigo por el robo de las naranjas, y que forma parte de la mitología catalana. En la parte superior se puede distinguir un naranjo de metal con naranjas doradas que recuerda el mencionado robo. Para su diseño Gaudí se inspiró en un poema que Jacint Verdaguer -quien visitó la finca en diferentes ocasiones- había incluido en su obra La Atlántida. Actualmente los pabellones –que no están abiertos al público en general- son la sede de la Real Cátedra Gaudí y del Jardín Botánico de la Facultad de Biología de la UB.
Para poder ver las otras dos puertas tenemos que cruzar la Diagonal, ya que con el trazado de su tramo final en 1924 la finca de los Güell quedó dividida en dos partes, y ambas puertas quedaron en la parte sur. Una se encuentra junto al Institut de Ciències de la Terra Jaume Almera, a donde se trasladó tras su restauración en 1982. La otra se conserva como puerta de entrada a la Facultad de Farmacia. Ambas son dignas de visitar, ya que muchas personas pasan por delante sin saber que están dejando atrás una obra de Antoni Gaudí.


La espectacularidad de esta finca no pasó desapercibida en su época y, según he podido leer, diferentes publicaciones históricas la mencionaron. La Guía de Barcelona de J. Roca y Roca en su artículo la “Quinta de don Eusebio Güell en Les Corts Velles”, la revista inglesa Academy Architecture que publicó un grabado de la casa de “Emilie Güell by Antonio Gaudí”, y la Guía de Barcelona para la Exposición de 1888 que publicó la primera fotografía que se conoce del dragón de la puerta principal.

Y por fin llegamos a explicar el porqué de la existencia de un Palacio Real entre esos muros. Tras el fallecimiento de Eusebi Güell en 1918, la finca pasó a manos de sus herederos que decidieron ceder una parte del terreno a la Casa Real con la finalidad de que pudiesen construir un nuevo Palacio Real en Barcelona, y digo nuevo, porque el último edificio que había hecho esas funciones en la ciudad se quemó el día de Navidad de 1875.
Como ya sabemos, Barcelona tuvo su primer Palacio Real en la plaça del Rei durante la época medieval. Ya como residencia del virrey, en el siglo XVII se trasladó a un edificio situado en la plaza principal de la Barcelona comercial, que con el tiempo pasaría a llamarse Pla de Palau. Este edificio, conocido como la Hala del Draps por sus orígenes comerciales, fue donde residió el archiduque Carlos durante el tiempo que vivió en Barcelona, así como los diferentes capitanes generales que lo sucedieron hasta 1846, cuando el palacio se rehabilitó para que la reina Isabel II se hospedase durante una visita a Barcelona.

Tras el incendio, Barcelona se quedó sin Palacio Real y las autoridades tuvieron que ingeniárselas para acoger a la reina regente Maria Cristina y a su hijo, el rey Alfonso XIII (con dos años de edad), durante su visita a la Exposición Universal de 1888. El lugar elegido fue el propio Ayuntamiento, previa adecuación de algunas de sus salas. Por todas estas historias, los Güell consideraron que había llegado el momento que Barcelona volviese a tener una residencia oficial definitiva para poder acoger a la Familia Real y colaboraron con la entrega de una parte de los terrenos de su finca.
Sobre la antigua mansión de los Güell se construyó el cuerpo central del edificio, con una altura de cuatro plantas, al que se le incorporó una capilla en la parte posterior y dos alas laterales de tres pisos de altura. La fachada se decoró con porches, columnas toscanas, aberturas de arco de medio punto, medallones y jarrones que coronaron la construcción y que podemos ver todavía. En la parte superior se coloraron tres esculturas que representan a Apolo, Adonis y Antinoo. En la decoración de los interiores se mezcló el estilo Luis XIV con otros más contemporáneos, y se rediseñaron los jardines. Se respetaron muchos de los árboles ya existentes y algunos elementos decorativos, pero también se incorporaron otros nuevos, como las fuentes de Buigas y la estatua de la reina Isabel II presentando a su hijo Alfonso XII a la ciudad de Barcelona, que es propiedad del museo del Prado. En 1931, tras la proclamación de la República y la abolición de la monarquía, el Ayuntamiento recuperó la titularidad del palacio y trasladó allí la sede del Museo de Artes Decorativas y la Residencia Internacional de Señoritas Estudiantes. Durante la dictadura franquista fue la residencia oficial del jefe del estado.
Toda esta historia nos lleva a tener que hablar de los títulos nobiliarios que dieron lugar a esta altruista cesión. En 1910, Alfonso XIII -usando la potestad que tiene en exclusiva la corona- concedió a Eusebi Güell el título nobiliario de conde de Güell, en agradecimiento a su colaboración en el engrandecimiento económico del país. Este título nobiliario junto al de marqués de Comillas, que unos años antes había otorgado Afonso XII a Antonio López y López (suegro de Güell) y que posteriormente lo elevaría a la dignidad de Grande España de primer grado, los heredaría su primogénito Juan Antonio Güell y López. Al año siguiente, en 1911, el rey volvió a conceder otros dos nuevos títulos a la familia Güell: el de vizconde de Güell a Claudio Güell y López, y el de barón de Güell a Santiago Güell y Lopez, hijos menores de Güell. Me parece que tanto lío lo tendremos que desenredar explicando el enrevesado mundo de los títulos nobiliarios. Pero de momento finalizo mi exposición recordando que, como supongo que todo el mundo sabe, la residencia actual de los monarcas cuando vienen a Barcelona es el Palauet Albéniz, que está situado en la montaña de Montjuïc y que únicamente abre sus puertas al público el Día de la Mercè. Pero eso ya es otra historia.