El Museo Palmero | A los pies de la Serra de Collserola está el barrio de Sant Genís del Agudells, un barrio “alto” de Barcelona situado en el camino hacia Sant Cugat del Vallès, que queda franqueado por la montaña y la ronda de Dalt. Una zona rural en el Medievo, que actualmente está formada por altísimos bloques de pisos construidos en los años 70, cuando Barcelona apostó por la arquitectura moderna de los polígonos de viviendas.
A pesar de pasar con coche repetidamente por la zona y haber vivido algunos años en el vecino barrio de la Teixonera, la primera noticia que tuve sobre el Museo Palmero y sobre la masía que lo acoge fue por pura casualidad.
El interés fue inmediato. No solo por el continente, sino por su contenido. Siempre había situado las historias de Don Quijote en Barcelona cerca de la zona de las playas y el litoral de Barcelona. Nunca había imaginado encontrar mención alguna a su figura en un lugar tan alejado de primera línea de mar… Aunque, claro está, unos cuantos siglos más hacia acá.
Pero antes de profundizar en ese tema quijotesco, permitidme unas breves pinceladas históricas sobre el lugar de Barcelona en el que está el sorprendente y ecléctico Museo Palmero.
Sant Genís d’Agudells
La palabra Agudells es un diminutivo de la palabra agulla (aguja). Sin lugar a dudas, se eligió para dar nombre a una zona escarpada y puntiaguda, donde abundaban los terrenos pantanosos y las fuentes de agua. Un agua famosa por su pureza y calidad.
Eso hizo que antiguamente, una de las actividades laborales más populares que hacían las mujeres que vivían en esa zona era ir a recoger la ropa de las casas ricas de Barcelona y encargarse de lavarla en la multitud de lavaderos que se crearon.
En la calle Aiguafreda del barri d’horta todavia se conserva una pequeña muestra de cómo eran las casas de la zona, en donde los lavaderos formaban parte del paisaje. Para saber más: Carrer d’Aiguafreda.
Una zona de masías y tierras de cultivo
Según explican antiguas crónicas de la zona, el núcleo primitivo de este barrio creció alrededor de una iglesia parroquial, datada en el siglo X, un cementerio, diversas masías y tierras de cultivo. Entre las masías más conocidas estaban las de Can Safont, Can Barret, Can Besora, Can Borni, Can Gomis, Can Gresa, Can Janer, Can Piteu y, la que hoy centra este post, Can Figuerola.
Can Figuerola
Can Figuerola o Torre Figuerola, sede del Museo Palmero, es una casa pairal del siglo XV. Más concretamente de 1470, que llegó a ocupar una gran extensión de terreno entre la Vall d’Hebron y la falda de la montaña del Tibidabo.
Inicialmente se conocía como Can Fuster, pero cambio ese nombre por el de Can Figuerola cuando pasó a ser propiedad de la familia del abogado y político Laureano Figuerola Ballester. Originario del pueblo de Calaf, en donde nació en 1816, Laureano Figuerola vivió en Barcelona desde los siete años de edad. En la Universidad de Barcelona estudió Filosofía y Leyes, en donde llegaría a ejercer como catedrático.
Consultando sus datos biográficos he descubierto que, independientemente a ser vecino de Horta, ejerció de ministro de Hacienda tras el triunfo de la Revolución de Septiembre de 1868, y fue el promotor de una reforma monetaria en España, que llevó al libre cambio. Mediante un decreto, que firmó el 19 de octubre de 1868, aprobó el acuñado de una nueva moneda, cuyo diseño original incluyó en el anverso la figura de una mujer sosteniendo una rama de olivo y apoyada sobre el Peñón de Gibraltar… Sí. Así es como empezó la historia de la peseta, como moneda de curso legal en el país.





Ya en el siglo XX, la masía de Can Figuerola acabó en manos de la empresa inmobiliaria que se encargó de urbanizar la zona. Y estando prácticamente en ruinas, la compró la familia de pintores Palmero, que se encargaron de su restauración y establecieron la sede del Instituto de arte que lleva su nombre: el Museo Palmero.
El edificio está declarado como patrimonio histórico-artístico, de ahí su interés interior (el museo) y exterior (su estilo arquitectónico). Sus ventanales góticos, así como el aspecto rural que ha sabido conservar, llaman poderosamente la atención al encontrarse rodeada de edificios de veinte pisos de altura, entre los que prima la impersonalidad y el cemento.
Un edificio que sorprendre tanto externa como internamente
Nada más acceder al interior de la masía, notarás un peculiar olor a humedad y a añejo, propio de ese tipo de viviendas de campo. Pero antes de eso, seguro que habrás reparado en el picaporte de forja en forma de dragón del portón de la entrada. Un picaporte recuperado de un antiguo portal del barrio de Gràcia.


Las salas están completamente abarrotadas de pinturas, tallas religiosas policromadas, objetos de cerámica, algunas muestras de mobiliario de obra y de objetos varios. Un aspecto que se puede calificar de ecléctico sin lugar a dudas.
En una de las paredes hay un enorme mural que representa la Llegenda de les Quatre Barres de Sang, que explica el origen del escudo de los reyes de Aragón y condes de Barcelona. En la misma sala, sobre una cajonera, veo una talla de Sant Jordi matando al dragón que, evidentemente, entra a engrosar mi lista de Sant Jordis en Barcelona.





El túnel de Serrallonga
En los subterráneos se conserva un túnel, al que se accede por una angosta escalera de techo bajo, que dicen que comunicaba la masía con la montaña y que se usaba para facilitar la huida en caso de asedio.
Según la leyenda, uno de los personajes famosos que lo usó con ese fin fue el bandolero Joan de Serrallonga, durante una de sus visitas a Barcelona.
Actualmente acaba en una pequeña cavidad, húmeda y mal iluminada, no apta para claustrofóbicos.


La colección de pinturas de los Palmero
Pero, lo más importante del contenido de la masía es la colección permanente de obras pictóricas de los Palmero. Y digo “los”, porque se trata de una saga de pintores de la que ya forman parte tres generaciones.
El Maestro Palmero y sus quijotes
La saga la inició el Maestro Palmero, un manchego de Almodóvar del Campo, que devolvió el Quijote a Barcelona mediante los 113 cuadros que pintó con todos los personajes que salen en la obra, y que forman parte de la colección del museo.
Miguel Palmero
Su hijo Miguel fue el continuador. Revisando un folleto sobre la exposición, que estaba a disposición de los visitantes, me llamó la atención algunas obras de su producción relacionadas con la ciudad de Barcelona, como Las Ramblas en invierno, Plaza España, Rambla de las Flores o La Puerta de la Paz.
Alfredo Palmero o Palmero el joven
Actualmente el que ha recogido el testigo de este arte de estilo realista es el representante de la tercera generación, Alfredo Palmero, también conocido como Freddy o Palmero el joven.
Dos de los temas que caracterizan las obras que pinta son unas modernas meninas, que han tomado de ejemplo a las de Velázquez, y en las que priman las líneas geométricas, los colores intensos y las miradas intensas hacia quien las observa, y los caballos árabes a gran tamaño que han llegado a interesar hasta al Emir de Qatar.
En la exposición hay una importante muestra de todos ellos.


«Flor de las bellas ciudades del mundo» MdC
Aunque no se puede afirmar con rotundidad histórica, la tradición dice que Miguel de Cervantes visitó Barcelona en dos ocasiones y utilizó la metáfora «flor de las bellas ciudades del mundo” al referirse a ella.
Lo que es seguro es que algo tuvo con esta ciudad que le provocó una sincera y entusiasta admiración, de la que dejaría constancia en la parte final del Quijote, haciéndole recuperar el juicio al ingenioso hidalgo y premiándole con la posibilidad de protagonizar, finalmente y en tierras barcelonesas, diversas aventuras junto a bandoleros y turcos que ya no serían producto de su imaginación.
Ya de regreso a aquel “lugar de la Mancha” donde empieza la historia, puso en boca de Don Quijote maravillosas palabras para describir su paso por la ciudad:
“Archivo de la cortesía, albergue de los extranjeros, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos y correspondencia grata de firmes amistades, y en sitio y en belleza, única; y aunque los sucesos que en ella me han sucedido no son de mucho gusto, sino de mucha pesadumbre, los llevo sin ella, sólo por haberla visto… sólo por haberla visto”.




Pues bien, los Palmero han hecho que, a través de sus cuadros, el Quijote volviese a visitar Barcelona, y parece ser que a permanecer en ella durante muchos años.
Nota: Artículo revisado y actualizado. Publicado inicialmente el 10 de noviembre de 2012.
El ceremonial palaciego y marítimo de Cervantes
Y como complemento a esta revisión del antiguo post publicado en el 2012, quiero incorporar un texto que escribí en 2016, a vueltas con el reto que hicieron desde #PBP, para sumarse a las del IV Centenario de la muerte de Miguel de Cervantes y de William Shakespeare. Ahí va la propuesta:
Ceremonial, etiqueta y protocolo
Buscar detalles de ceremonial, etiqueta y protocolo en alguna de las obras de estos dos grandes escritores es más difícil de lo que a priori parece. No porque no las haya, sino porque hay infinidad de ellas. Desde los propios títulos, al escenario donde se desarrolla toda la obra o al propio desarrollo de los hechos.
Obras de William Shakespeare
Respecto a William Shakespeare, títulos como el Rey Lear, la tragedia de Hamlet, Príncipe de Dinamarca o Macbeth (rey de los escoceses) ya llevan implícitos tratamientos y títulos nobiliarios. Otras obras como Romeo y Julieta, la Fierecilla domada (The Taming of the Shrew) o Mucho ruido y pocas nueces (Much ado about Nothing) nos presentan costumbres, etiqueta y saber estar en la Italia del Renacimiento.
Obras de Miguel de Cervantes
Pero son dos obras de Miguel de Cervantes las que he elegido para extraer los detalles con los que voy a participar en el reto.
La española inglesa
La primera se trata de la Española Inglesa, una de sus Novelas ejemplares, y el párrafo nos relata la presentación de Isabel -protagonista de la obra- frente a la reina inglesa, donde se constatan diferentes elementos seguidos en el ceremonial palaciego:
«Llegados, pues, a palacio, y a una gran sala donde la reina estaba, entró por ella Isabela, dando de sí la más hermosa muestra que pudo caber en una imaginación. Era la sala grande y espaciosa, y a dos pasos se quedó el acompañamiento y se adelantó Isabela; y, como quedó sola, pareció lo mismo que parece la estrella o exhalación que por la región del fuego en serena y sosegada noche suele moverse, o bien ansí como rayo del sol que al salir del día por entre dos montañas se descubre. Todo esto pareció, y aun cometa que pronosticó el incendio de más de un alma de los que allí estaban, a quien Amor abrasó con los rayos de los hermosos soles de Isabela; la cual, llena de humildad y cortesía, se fue a poner de hinojos ante la reina, y, en lengua inglesa, le dijo:
-Dé Vuestra Majestad las manos a esta su sierva, que, desde hoy más, se tendrá por señora, pues ha sido tan venturosa que ha llegado a ver la grandeza vuestra.»
Don Quijote de la Mancha
La segunda elección –imposible evitarlo- es del propio Don Quijote de la Mancha, durante su visita a Barcelona, cuando vió por primera vez el mar.
Los párrafos están extraídos del capítulo LXIII, que lleva por título “De lo mal que le avino a Sancho Panza con la visita de las galeras, y la nueva aventura de la hermosa morisca” y describe diferentes acciones propias del ceremonial de recibimiento de una autoridad o invitado ilustre en la entrada de un navío:
«En resolución, aquella tarde don Antonio Moreno, su huésped, y sus dos amigos, con don Quijote y Sancho, fueron a las galeras. El cuatralbo, que estaba avisado de su buena venida, por ver a los dos tan famosos Quijote y Sancho, apenas llegaron a la marina, cuando todas las galeras abatieron tienda, y sonaron las chirimías; arrojaron luego el esquife al agua, cubierto de ricos tapetes y de almohadas de terciopelo carmesí, y, en poniendo que puso los pies en él don Quijote, disparó la capitana el cañón de crujía, y las otras galeras hicieron lo mesmo, y, al subir don Quijote por la escala derecha,
toda la chusma le saludó como es usanza cuando una persona principal entra en la galera, diciendo: ‘‘¡Hu, hu, hu!’’ tres veces.
Diole la mano el general, que con este nombre le llamaremos, que era un principal caballero valenciano; abrazó a don Quijote, diciéndole:
–Este día señalaré yo con piedra blanca, por ser uno de los mejores que pienso llevar en mi vida, habiendo visto al señor don Quijote de la Mancha: tiempo y señal que nos muestra que en él se encierra y cifra todo el valor del andante caballería.
Con otras no menos corteses razones le respondió don Quijote,
alegre sobremanera de verse tratar tan a lo señor.
Entraron todos en la popa, que estaba muy bien aderezada, y sentáronse por los bandines, pasóse el cómitre en crujía, y dio señal con el pito que la chusma hiciese fuera ropa, que se hizo en un instante. Sancho, que vio tanta gente en cueros, quedó pasmado, y más cuando vio hacer tienda con tanta priesa, que a él le pareció que todos los diablos andaban allí trabajando; pero esto todo fueron tortas y pan pintado para lo que ahora diré.
Estaba Sancho sentado sobre el estanterol, junto al espalder de la mano derecha, el cual ya avisado de lo que había de hacer, asió de Sancho, y, levantándole en los brazos, toda la chusma puesta en pie y alerta, comenzando de la derecha banda, le fue dando y volteando sobre los brazos de la chusma de banco en banco, con tanta priesa, que el pobre Sancho perdió la vista de los ojos, y sin duda pensó que los mismos demonios le llevaban, y no pararon con él hasta volverle por la siniestra banda y ponerle en la popa. Quedó el pobre molido, y jadeando, y trasudando, sin poder imaginar qué fue lo que sucedido le había.
Don Quijote, que vio el vuelo sin alas de Sancho,
preguntó al general si eran ceremonias aquéllas que se usaban con los primeros que entraban en las galeras;
porque si acaso lo fuese, él, que no tenía intención de profesar en ellas, no quería hace[r] semejantes ejercicios, y que votaba a Dios que, si alguno llegaba a asirle para voltearle, que le había de sacar el alma a puntillazos; y, diciendo esto, se levantó en pie y empuñó la espada.
A este instante abatieron tienda, y con grandísimo ruido dejaron caer la entena de alto abajo. Pensó Sancho que el cielo se desencajaba de sus quicios y venía a dar sobre su cabeza; y, agobiándola, lleno de miedo, la puso entre las piernas. No las tuvo todas consigo don Quijote; que también se estremeció y encogió de hombros y perdió la color del rostro. La chusma izó la entena con la misma priesa y ruido que la habían amainado, y todo esto, callando, como si no tuvieran voz ni aliento. Hizo señal el cómitre que zarpasen el ferro, y, saltando en mitad de la crujía con el corbacho o rebenque, comenzó a mosquear las espaldas de la chusma, y a largarse poco a poco a la mar.»
Nota: Artículo publicado en Gabinete de Protocolo, el 21 de abril de 2016
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