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UNA JOYA CENTENARIA QUE ESCANDALIZÓ A BARCELONA

La Casa Milà | Cuando Roser Segimon se escandalizó al ver la rompedora obra que Gaudí puso en sus manos, no se podía imaginar la joya que le estaba entregando. Esta semana Barcelona se rinde a los pies de «una dama» centenaria, que ha sabido mantenerse joven y desarrollar una fuerte personalidad, a la que galantean ingleses, franceses y, desde hace un tiempo, rusos, sin dejar de lado a sus máximos admiradores, que somos los propios barceloneses. Tras su remodelación e inauguración en 1996, quince millones de visitantes le han dejado su tarjeta de visita.

El 31 de octubre de 1912, Gaudí firmaba el certificado de finalización de la construcción de un nuevo edificio en el número 2 del Paseo de Gracia. La Casa Milà, que se popularizaría como La Pedrera, empezaba su carrera hacia el estrellado y, aunque le han salido competidoras, ninguna le ha ganado.

La Casa Milà, popularmente conocida como La Pedrera
Roser Segimon y Pere Milà, propietarios de la Casa Milà
Roser Segimon y Pere Milà, propietarios de la Casa Milà. Fotos: Wikipedia commons

Los Milà y Gaudí: un desencuentro continuado

Pere Milà i Camps, quien encargó la obra a Gaudí, era un hombre de negocios, un tanto snob y a quien le gustaba destacar. Aunque provenía de familia burguesa, su gran fortuna se debió a su matrimonio con Roser Segimon i Artells, reusense como Gaudí, y que era la viuda de un acaudalado indiano llamado Josep Guardiola i Grau. En catalán la palabra “Guardiola” significa hucha, por lo que en Barcelona se hizo popular una frase que decía: No se sabe si Pere Milà se ha casado con la viuda Guardiola o con la “Guardiola” de la viuda.

Tras visitar la Casa Batlló, donde vivía el socio de su padre, decidió que él también tenía que vivir en el Paseo de Gracia y, por supuesto, en un edificio construido por Gaudí, que era el arquitecto de moda del momento. En 1905 compró el solar y la casa unifamiliar de la familia Ferrer-Vidal, que ocupaba una parcela de 1000 metros cuadros en la esquina con la calle Provença. Tras conseguir el permiso de obra del Ayuntamiento, y en lugar de remodelar la casa como había pasado con la Casa Batlló, se procedió a su derribo para construir un nuevo edificio.

Durante el tiempo que duraron las obras se produjeron multitud de polémicas entre Gaudí, los propietarios y el Ayuntamiento, que incluso llegaron a los tribunales. Hubo suspensión de obras por invasión de la acera, multas por exceso de altura y volumen de la construcción, denuncias sobre incumplimiento de honorarios y fuertes discrepancias sobre los elementos decorativos y los criterios de construcción, que llegaron a hacer que Gaudí amenazase con abandonar el proyecto.

Tras la muerte de Gaudí, Roser Segimon se deshizo de parte del mobiliario modernista y redecoró la casa al estilo Luis XVI. En la Casa-Museo del Park Güell se conservan algunos ejemplos de ese mobiliario

A pesar de todo ello, las obras de la Casa Milà se acabaron, asumiendo el honor de ser la última obra civil que hizo Gaudí, antes de dedicarse por completo a la Sagrada Familia.

Maqueta de la fachada de la Casa Milà del carrer Provença
Baldosas hexagonales de la Casa Milà

Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Unesco

El 2 de noviembre de 1984 la Casa Milà fue declarada Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Unesco, junto a otras obras de Gaudí, pero ni la Sagrada Familia, ni el Park Güell, ni incluso la visitada Casa Batlló han conseguido el calificativo de obra maestra de Gaudí y del modernismo. Los expertos la consideran el modelo de la arquitectura expresionista y de la escultura abstracta. A través de ella se confirmó la genialidad de Gaudí y de su estilo propio, donde destacaron las soluciones magistrales y los inventos innovadores en el campo de la arquitectura.

Aparte de la rompedora fachada, destacan tres elementos arquitectónicos nuevos para la época: la eliminación de los muros de carga en la estructura, y su substitución por columnas y espacios abiertos; una fachada superpuesta y decorativa que no soporta la carga de las diferentes plantas, y la inclusión de una zona de garaje subterráneo para carruajes, cosa que no era muy habitual en los edificios de la época, tal y como podemos comprobar en los otros ejemplos del modernismo que hay en Paseo de Gracia.

Por un lado, la construcción de la fachada siguió todo un ritual. Los bloques de piedra, que procedían de las canteras de El Garraf y de Vilafranca del Penedès, se almacenaban en un solar que había delante de la obra a medida que iban llegando. Cada pieza se tallaba según una maqueta hecha a escala y se colocaba en el lugar que iba a ocupar, a continuación se iba retocando hasta que el propio Gaudí consideraba que estaba finalizada y le daba el visto bueno. Y así, pieza tras pieza. Por otro lado, los numerosos elementos de forja, en especial las innovadoras vigas, se prepararon en los talleres del Puerto de Barcelona, siguiendo técnicas propias de la ingeniera naval.

Comparable a observar una pintura en una galería de arte

Observar la Casa Milà desde la acera de enfrente supone lo mismo que observar una pintura en una galería de arte. A nadie le deja indiferente y a cada uno le provoca diferentes sensaciones. Es una obra cargada de simbología, que estoy convencida que el mismo Gaudí dejó abierta a que cada uno sintiese diferentes sensaciones. Personalmente, sus formas onduladas siempre me han hecho recordar a las olas del mar.

De las conclusiones a las que han llegado los expertos en el análisis de su simbología, hay dos hechos innegables: la evocación de la naturaleza (ya sea el mar o la montaña) y el canto mariano que Gaudí le dedicó a la Virgen Maria, por la que sentía una gran devoción. Es un edificio lleno de singularidades, pero la que más me entusiasma es la zona de la azotea, donde un ejército de chimeneas en forma de guerreros mágicos te transporta al mundo de los sueños.

En el folleto publicitario de uno de los programas de visitas se afirma que «La Pedrera de noche coge vida«. Y yo no lo pondría nunca en duda.

Detalle de los enrejados de los balcones
Detalle de la azotea

Una casa de vecinos muy especial

Siguiendo la costumbre de la mayoría de la burguesía barcelonesa de finales del XIX y principios del XX, así como por deseo de la Familia Milà, el inmueble fue diseñado como una finca de vecinos, donde se reservó el piso principal a la familia propietaria y el resto a pisos de alquiler.

Aunque actualmente una parte continúa siendo un edificio de vecinos, la otra se ha convertido en un centro cultural gestionado por la Fundació Catalunya La Pedrera, que además de disponer de una zona destinada a oficinas, ha habilitado otras para que puedan visitarse, como uno de los pisos o el desván donde está el Espacio Gaudí.

También se ha abierto El Café de La Pedrera, un espacio de restauración en el entresuelo del inmueble que quiere combinar la arquitectura burguesa con el espíritu de las antiguas fondas.

Espacio para eventos

Siguiendo con mi afición a buscar espacios emblemáticos para celebrar eventos, no puedo dejar de mencionar la azotea, un maravilloso entorno para ofrecer un cóctel de bienvenida, y donde cada año se lleva a cabo el programa de conciertos “Noches de verano en la Pedrera”, y la zona de las cocheras, donde hay un Auditorio, con una capacidad para 250 personas sentadas, y la Sala Gaudí, anexa al auditorio, para eventos de pequeño formato o servicios de restauración.

Y antes de finalizar mi personal homenaje a esta centenaria dama, como siempre puede haber alguien a quien le interese algún que otro cotilleo actual. Deciros que Pere Milà i Camps era hermano del abuelo de los periodistas Mercedes Milà y Llorenç Milà. ¡Os pido perdón por la banalidad!

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